Anocheciendo al amanecer

En algún lugar de un laberinto rodeado de soldados de cemento un grupo de adolescentes reía y corría como si nada importase. 

La noche se había comido todo lo visible y uno solo podía guiarse por su oído. Primero, un silencio ensordecedor. La quietud del lugar les recorrió la columna en forma de escalofrío. Luego, unas voces perdidas en el laberinto tratando de encontrar una salida que ellos, cual Teseo, hallaron en cinco minutos. 

Horas antes la alegría resplandecía amarillo chillón, las canciones soltaban chispas y sus movimientos destellaban como estrellas en el cielo nocturno. 

Era como esa sensación de ir en la parte de atrás de una camioneta de pie llegando al final del túnel con los brazos abiertos cuando suena esa canción: te sientes infinito.

El Sol se fue escondiendo avergonzado de no ser parte de aquello a medida que el tiempo transcurría, no sin antes pararse a echar un ojo a aquel cúmulo de sentimientos flotantes. 

En algún lugar de un laberinto rodeado de soldados de cemento un grupo de adolescentes reía y corría como si nada importase. Como si, en cierta manera, estuviesen por encima del bien y del mal. 

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